La desigualdad global no es un mero indicador; es un fenómeno complejo que desafía tanto el crecimiento como la cohesión social.
Para abordar este reto, primero es esencial definir sus variantes y dimensiones:
Cada uno de estos tipos alimenta un ciclo que puede socavar la estabilidad económica y social.
Entre 1990 y 2019, la convergencia parcial entre países redujo el índice global de Gini de 70 a 62 puntos. Este avance estuvo impulsado por economías emergentes como China, que experimentaron un rápido crecimiento.
Sin embargo, la pandemia de COVID-19 significó un retroceso sin precedentes: la desigualdad global aumentó en 2020, debido a la capacidad fiscal diferenciada de los gobiernos y a la distribución desigual de vacunas.
Hoy, una minoría concentra la mayor parte de la riqueza mundial. El 1% más rico posee una fracción muy superior a su peso demográfico, mientras la mitad más pobre apenas suma un pequeño porcentaje del patrimonio.
Casos extremos ilustran la magnitud del problema:
El resultado es que más de un tercio de la población mundial vive en situación de vulnerabilidad extrema, con ingresos insuficientes para afrontar cualquier choque económico.
Varias fuerzas han moldeado este escenario:
La automatización intensifica la brecha, mientras que la informalidad laboral disminuye la capacidad de negociación de los trabajadores.
La concentración excesiva de ingresos y patrimonio tiene efectos directos sobre el crecimiento y la resiliencia de las economías:
1. Al reducir el poder adquisitivo de la mayoría, impacto en el crecimiento económico se traduce en menor demanda agregada y ciclos más volátiles.
2. La cohesión social y gobernanza se ven amenazadas cuando la desigualdad alimenta la desconfianza en las instituciones y la polarización política.
3. El endeudamiento creciente de hogares de ingresos medios y bajos amplifica la vulnerabilidad ante subidas de tasas de interés.
Las proyecciones hasta 2050 ofrecen tres panoramas:
Para transitar hacia la opción optimista, es urgente adoptar:
Enfrentar la desigualdad global no es solo una cuestión de justicia; es una condición indispensable para lograr un crecimiento sólido y sostenible.
Con estrategias integrales y voluntad política, podemos construir sociedades más equitativas, garantizar el bienestar de todos y preservar la estabilidad económica mundial.
Referencias